Una conversación
con Féliz Recillas Juárez a sus 80 años.
21 de Enero de 1998
Investigador de la IMUNAM
desde 1948, Director de la Facultad de Ciencias de la UNAM de 1982 a 1986
y vicepresidente de la SMM en 4 ocasiones, Don Félix Recillas sigue
hoy tan activo como en su juventud. En ocasión de sus 80 aniversario
le pedimos que nos contara cómo llegó a ser matemático.
Este es un fragmento de su historia tan llena de azares como de una voluntad
incansable por seguir la vocación matemática.
¿Maestro,
comó fue su infancia?
¡Uh,
mi infancia fue muy bonita! la recuerdo con mucha alegría, porque fui
un niño muy libre, en el sentido que no tuve mamá ni papá.
La revolución mexicana obligó a mis padres a emigrar de un pequeño
pueblo indígena del Estado de México hacia la ciudad en el año
de 1918, cuando yo tenia tres meses de nacido. Mi padre había sido
un minúsculo funcionario de la administración pública
de Don Porfirio, y cuando la revolución estalla, muchos de los familiares
y miembros de la comunidad indígena donde vivíamos se fueron
a la revolución y regresaron ya con mandos, unos eran zapatistas, otros
carrancistas y otros villistas. Cada vez que llegaban querián cobrarse
los agravios que tenían contra mi padre, que les había exigido
los minúsculos tributos del gobierno. Mi padre tenía que salir
corriendo a meterse a la laguna, a esconderse entre los tules con agua hasta
el cuello. Hasta que mi madre dijo; ya no se puede más y obligó
a mi padre a emigrar hacia la ciudad de México.
Llegamos
a vivir a un solar baldío donde había unas casuchas, cerca del
Hospital General. A los dos años mi padre se desvanció, se perdió
en la gran ciudad, se fue y no volvió más. Mi madre regresó
al pueblo, donde tenían algunos pedazos de tierra que seguían
cultivando, y yo me quede con mis hermanos mayores. Ellos empezaron a trabajar
en fábricas de hilados y tejidos, después se volvieron choferes,
todos muy trabajadores. Nunca salí del barrio de doctores, dande pase
mi infancia y mi adolescencia en un ámbito de herrreros, carpinteros
y choferes.
¿Cómo
se interesó en las matemáticas?
Nadie
me conminaba a estudiar, ni nada, pero parece que los profesoes de la primaria
les decían a mis cuñadas que debía seguir estudiando.
En la escuela yo aprendía todo muy rápidamente y fue para mi
muy agradable.
En fin,
viene la revolución cristera y como la familia de una de mis cuñadas
era extremadamente religiosa, me obligaron a no ir a la escuela, porque para
ellos estaba prohibido. Entonces perdí uno o dos años, de tal
manera que cuando entré a la secundaria ya era de los grandulones,
y fui a dar a la escula secundaria 7 que estaba a una cuadra de la Escuela
Nacional Preparatoria. Había unos pleitos tremendos con los de la preparatoria,
pero afortunadamente a medio año la cambiarona las calles de Cinco
de Febrero y ya se calmó todo.
Para mi
asombro esa secundaria tenía un cuerpo docente maravilloso. Ahí
vi por primera vez a Don Alfonso Nápoles Gándara, que era el
jefe de matemáticas de la secundaria y que después fue director
del Instituto de Matemáticas durante 20 años. Nápoles
tenía una gran personalidad y caminaba con aire de gran dignidad por
el patio central.
Julio
Torri fue mi maestro de literatura. Cuando Torri llegaba al salón,
se encontraba con una turba de locos, que estaban peleándose y gritando,
y se sentaba muy dignamente en el pupitre, abría su libro y speraba
hasta que los solitos se calmaban.
En el
segundo año a alguien se le ocurrió contratar a un grupo de
profesores para que nos dieran clases durante las vacaciones y así
acelerar nuestro paso a la preparatoria. Entre estos profesores vanía
Barajas, que nos dio un bellísimo curso de trigonometría y lo
dio con tanto gusto, con tanta dedicación, que nos llevó hasta
la trigonometría esférica. Acabando esos cursos presentamos
el examen a título de suficiencia para la secundaria.
Barajas
me recomendó que tomara clasas con Carlos Graef, que enseñaba
en el bachillerato de Ciencia Químicas, así que me inscribí
ahí. Yo estaba feliz con las clases de geonetría analítica
y cálculo de Graef y el debe haber visto mi entusiasmo, el caso es
que empecé a acompañarlo en sus larguísimas caminatas
desde San Idelfonso hasta la Escuela de Ingenieros Constructores, por allá
por la Normal.
Graef
era muy jocoso, alegre, un gran atleta. En las caminatas me platicaba de sus
amigos matemáticos y de historia de las matemáticas. Me enseño
cálculo vectorial de oídas. Quería muchísimo a
Don Alfonso Nápoles Gándara, para el era casi un Dios.
¿Qué
recuerda de Nápoles Gándara y de Sotero Prieto?
Nápoles
tuvo una actitud heroica. Fue al MIT con la beca Guggenheim siendo ya un hombre
maduro y cursó con éxito todo el curriculum de la maestría
en matemáticas. Su gran aportación a la cultura matemática
mexicana fue recrear esos cursos (como geometría diferencial y cálculo
tensorial) en la recién creada Escuela de Ciencias.
De Don
Sotero hacían muchos chistes, porque era muy estricto. Don Alfonso
decía que Sotero parecía chayote, donde quiera que lo agarrara
uno picaba. En México el despertar del espíritu crítico
en las ciencias fue tardío, y la primera personalidad que se preocupo
por el rigor en las matemáticas fue Don Sotero. Yo creó que
su gran espíritu crítico lo hacía duro.
¿Y
entonces?
Al terminar
el curso Graef me dijo que me cambiara al bachillerato de ingeniería
y que en vez de estar perdiendo el tiempo en el segundo de preparatoria me
fuera a tomar cursos de matemáticas a la Escuela de Ciencias de Ingenieria.
Me inscribí
en el segundo año de peparatoria pero casi nunca asistí, me
pasé yendo a las clases con Graef y de oyente a las clases de Don Alfonso.
Ahí
hice contacto con Javier Barros Sierra, Raúl Sandoval, Hiriart y otros
jóvenes de la clas media alta muy cultos y bien informados. Esto fue
para mi un gran salto, viniendo de donde yo venía. De pronto me encontré
en un ámbito cultural intenso, aprendí literatura y música.
Al año y medio o dos Graef se fue a los Estados Unidos con la beca
Guggenheim, y por la necesidad económica en que yo estaba tuve que
abandonar la escuela. Fui a trabajar de topógrafo a Michoacán.
Era muy agradable trabajar al aire libre, pero cuando terminó la obra
y regresé a las oficinas centrales sufrí una gran depresión,
porque tenía que entrar a las 8 de la mañana y salir a las 2
de la tarde, era una disciplina pavorosa y no la aguanté. Supe que
Graef acababa de regresar y fui a verlo y le dije que quería seguir
estudiando matemáticas.
-Te voy
a dar la oportunidad de hacerlo, pero tienes que aceptar ir a Harvard a estdiar
astronomía.
-¡Pero
si yo no se nada de astronimia!
-Tu led
dices que sí y cuando llegues ahí te pones a estudiar matemáticas.
¿Y
por que astronomia?
Luis Enrique
Erro estaba organizando el Observatorio de Tonanzintla y había convencido
a Graef que lo asesorara en la parte técnica. Graef empenzó
a buscar a ver a quien mandaba para adiestrarse y yo llegué en ese
instante. Pues me fui a Harvard, donde conocí a don Manuel Sandoval
Vallarta (que era Full Professor en el MIT y que le había dirigido
la tesis doctoral a Graef) y él me preguntó que hacía
ahí. Sandoval tenía sus dudas respecto al proyecto de Tonanzintla,
y me preguntó que quería estudiar realmente. Le dije que me
gustaba al álgebra y entonces me recomendó con Birkhoff y Oscar
Zariski, quienes me aceptaron muy gentilmente de oyente en sus cursos.
Yo estaba
muy contento, pero al final del año académico mi jefe preguntó
que progreso hacía yo en astronomia y por supuesto que deben haberle
dado informes: algunas veces
se para por aquí..
Al final
del semestre me enviaron al Observatorio de Harvard y ahí pase todo
el verano del 41 trabajando en tareas de observación astronómica.
En esa soledad en la que estaba pude leer el libro de estructura estelar de
Chandrasekharan y eso me facilito que al regresar a harvard me admitieran
en la escuela de graduados.
Ahí
también fue donde hice la amistad con Parish y acabe casándome
en ella.
Empezó
a tomar cursos de física y estaba haciendo una carrera exitosa pero
entonces mi jefe me dio ordenes de regresar a México con la cámara
Smith que habían contruio en Harvard para instalar en el telescopio
de Tonanzintla.
Yo y otro
campañero manejamos el camión con el equipo desde Boston hasta
la frontera, donde nos esperaba unos choferes profesionales para traerlo a
México.
Me fui
a vivir a Tonanzintla, pero asistía semanalmente al seminario de tipología
que organizaba Roberto Vázquez en el Instituto de Matemátias.
En el observatorio hubo muchos ensayos, al principio no funcionaba nada y
la gente empezó a renunciar. Entonces apareció Guillermo Haro.
Haro era muy amigo de Luis Enrique Erro y lo enviaron a Harvard, y el si no
tuvo mas remedio que aprender astronomía observacional. Cuando después
de varios años Harol logró hacer funcionar el instrumento, ya
casi sólo quedaba él.
para inaugurar
el observatorio a Erro se le ocurrió hacer un congreso de astrofísica,
e invitó a varias personalidades. Vino Chandrasekharan y yo presenté
un trabajo sobre transporte de radiación en atmósferas estelares.
El método que usé fue el que me enseño Don Alfonso en
cálculo avanzado para resolver ecuaciones diferenciales via series
formales.
Andando
el tiempo Chandrasekharan le mandó una carta al director para que yo
fuera a trabajar con él a Chicago. Ya tenía el boleto para irme,
pero en el primer congreso de matemáticas en Saltillo conocí
al profesor Solomos Lefschetz. Le dije que me interesaba las matemáticas,
me preguntó qué sabía y le dije álgebra, le platiqué
que había leído el Mc. Duffey y me dijo:
-Ese
libro no sirve para nada, lo voy a llevar a Princenton con Chevalley.
-Bueno,
pero ¿cómo voy a ir?
- Yo
le voy a dar una beca.
Eso fue
un viernes, el martes siguiente que vine a México al seminario de topología,
Lefschetz me dijo: ya tiene usted la beca para Princenton.
Así
que renuncié al puestro de astrónomo y me fui a Princenton.
Ya estaba casado, ya tenía hijos, sin embargo me lancé a
la aventura. Con el dinero que me dio Luis Enrique Erro para irme a Chicago
y con la beca que me dio don Solomon Lefschetz pude costearme mi estancia
en princenton el primer año. Despues de ese año pase los
exámenes y me dieron una beca de la fundación Rockefeller
para terminar el doctorado.
¿Cómo
era el Insituto de Matemáticas cuando regresó en 1948?
Aunque
fui recibido son simpatía y gentileza, en la atmósfera académica
había desencanto. Los espléndidos trabajos de Graef y Barajas
habían quedado atrás y había un ambiente de depresión,
no se tenía confianza en que se podían probar teoremas.
La responsabilidad
del quehacer matemático la llevaba Roberto Vázquez, que me pidio
que organizara un curso o en su defecto un seminario de topología algebraica,
acepte hacer el seminario con la condición de invitar a José
Adem a participar en las exposiciones. Leímos el libro Algebraic Topology
del profesor Lefschetz. el primer capítulo que leímos fue relativamente
fácil, porque había sido redactado por Chevalley, pero los capítulos
subsiguientes, escritos por lefschetz al estilo de la vieja escuela francesa,
se revelaron verdaderamente dificiles. Pero el enfrentar con humildad y un
profundo espíritu crítico el desafio nos permitió lograr
nuestro propósito.
¿Recuerda
algunas anécdotas de esos años?
Recuerdo
que el Dr. Vázquez nos repetía los cursos de Don Alfonso, que
no era muy riguroso, ampliados y mejorados con epsilons y deltas.
También
recuerdo como se creó la biblioteca. No teníamos ecceso a libros
ni a revistas. Bueno, había un estante chiquito. Entonces le dije a
Nápoles Gándara, que era el director, si no sería conveniente
comprar algunos libros.
-¿Ya
leyó esos? me dijo señalando al estante.
-No.
-De acuerdo,
entonces no compramos nada.
A los
3 día Nápoles me dijo:
-¿No
cree que sería conveniente comprar algunos libros?
-Eso
era lo que le decía...
-Usted
no me decía nada.
Don
Alfonso les pidió a Lefschetz, a Shapley y a George Birhoff (a
quienes había conocido en los congresos) ayuda para la biblioteca.
Escribieron a las universidades norteamericanas para que les regalaran
títulos que tuvieran repetidos, y muy pronto empezarón a
llegar paquetes de libros y revistas. y así se empezó la
biblioteca.
M. Neumann
Febrero
1998 |